¿Qué tienen que ver el hijo de un relojero de Kansas con los documentales que –confiésalo- te pones a dormir la siesta? No contestes todavía, danos 3 minutos de tu tiempo y te contaremos cuál es la conexión a lo largo de este post.

Por simple cálculo de probabilidades, nacer en un pueblucho de Kansas a finales de 1800 y ser el hijo de un respetado relojero no te da las cartas en la vida para dedicar tu vida a explorar tierras lejanas y exóticas. A no ser que tengas un as en la manga. Y Martin Johnson lo tenía: su ingenio, acuciado por el hambre de aventuras.

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Y es que su inicio en la aventura con mayúsculas no pudo ser más espectacular. Con 22 años consiguió enrolarse como cocinero – sin tener la más remota idea de fogones ni intendencia- en el velero con el que el ya afamado escritor Jack London, autor de Colmillo blanco y La llamada de la selva, entre otras, construyó para explorar durante años los mares del sur durante años junto a su mujer Charmaine y 4 tripulantes. Después de un inicio de navegación difícil, enfermedades de la tripulación, tormentas, encuentros accidentados con tribus e incluso intentos con el surf. Volvió a su pueblo de Kansas, con 4 años más, un deseo por la aventura aún mayor y ni un dólar en el bolsillo pero con una enorme cantidad de fotos. No pintaba muy bien su futuro cuando por casualidad -y casi sin quererlo- mostrar su fotos y dar charlas sobre su experiencia en los mares del sur se convirtió en su manera de ganarse la vida. Eso sí, siempre pensando en cómo salir de nuevo a la aventura. Y la encontró, junto con la persona que sería su compañera de vida: Osa Hellen Leigty.

Con una diferencia de 10 años de edad y bastantes en centímetros de estatura. Osa se sumó al sueño de su marido por continuar explorando tierras lejanas y exóticas pero esta vez con la intención de filmar a los nativos para mostrar al mundo “civilizado” cómo eran ellos mismos un millón de años antes. Consiguieron realizar su primer viaje de exploración de nuevo a los mares del sur cargados con una cámara tomavistas y varias fotográficas. De esta primera experiencia en la que más de una ocasión estuvieron a punto de morir a manos de nativos, volvieron con material suficiente para montar su primera película documental Los caníbales de los mares del sur (1912).

A lo largo de los años, su fama fue creciendo y los escenarios de sus viajes cambiando. Nueva Zelanda, Borneo, Polinesia y África fueron algunos de ellos y en donde grabaron documentales que fueron un gran éxito en su época como Aventuras en la jungla (1921), Congorilla (1932), Baboona (1935) o El paraíso Africano (1940).

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En sus más de 20 documentales van ampliando su interés, no solo a las vidas y costumbres de los nativos, sino también a la vida animal de los lugares que visitaban. Aunque bien es cierto que el tratamiento que se le daba en la época tanto a unos como otros era de inferioridad “al hombre blanco” y eso se transluce en los documentales de los Johnson, no podemos negar el valor de su trabajo como pioneros del documental etnográfico y de la vida salvaje y, sobre todo, su capacidad de contagiar a las gentes de su época y a las siguientes generaciones su hambre de aventuras.

Porque, ¿quién no ha soñado con pertenecer a una familia de Robinsones?